Ana y la Casa de sus Sueños


-Gracias al cielo que he terminado con la geometría, de estudiarla y de enseñarla -dijo Ana Shirley al tiempo que arrojaba con aire vengativo un manoseado volumen de Euclides en un gran baúl, cerraba la tapa con aire triunfal y se sentaba sobre él; Diana Wright se encontraba con ella en la buhardilla de Tejas Verdes, mirándola con unos ojos grises que eran como un cielo matinal.

Lucy Maud Montgomery

Ana la de Ingleside


-¡Qué blanca está hoy la luz de la luna! -dijo Ana Blythe para sus adentros mientras recorría el sendero del jardín de la casa de Diana Wright, rumbo a la puerta del frente.

Lucy Maud Montgomery

Ana la de Tejas Verdes


La señora Rachel Lynde vivía donde el camino real de Avonlea baja a un pequeño valle orlado de alisos y zarcillos, y cruzado por un arroyo que nace en los bosques de la vieja posesión de los Cuthbert.

Lucy Maud Montgomery

Ana la de Avonlea


Una alta y delicada muchacha, de poco más de dieciséis años, con ojos grises y un cabello que sus amigos llamaban "castaño claro", se había sentado una hermosa tarde de agosto sobre la ancha escalera de caliza roja de una granja de la isla del Príncipe Eduardo, firmemente decidida a traducir unos versos de Virgilio.

Lucy Maud Montgomery

Ana la de La Isla


"Ya termina la cosecha, ya se va el verano", sentenció Ana Shirley mientras contemplaba con ojos soñadores los campos segados.

Lucy Maud Montgomery

Ana la de Álamos Ventosos


(Carta de Ana Shirley, licenciada en Filosofía y Letras, directora de la Escuela Secundaria de Summerside, a Gilbert Blythe, estudiante de medicina de Redmond College, en Kingsport.)

Lucy Maud Montgomery

Harry Potter y el prisionero de Azkaban


Harry Potter era, en muchos sentidos, un muchacho diferente.

J. K. Rowling

Harry Potter y la cámara secreta


No era la primera vez que en el número 4 de Privet Drive estallaba una discusión durante el desayuno.

J. K. Rowling

Lo es


Cuando el vapor Irish Oak zarpó del puerto de Cork en octubre de 1949, esperábamos llegar a la ciudad de Nueva York al cabo de una semana.

Frank McCourt

El rumor del oleaje


La isla de Utajima sólo tiene unos mil cuatrocientos habitantes, y el perímetro de su costa no llega a los cinco kilómetros.

Yukio Mishima

La muerte en Venecia


Gustav Aschenbach -o Von Aschenbach, como se le conocía oficialmente desde su quincuagésimo aniversario- salió de su apartamento de la Prinzregentenstrasse, en Munich, para dar un largo paseo a solas.

Thomas Mann

Memorias de una geisha


Imagínate que tú y yo estuviéramos sentados en una apacible estancia con vistas a un jardín, tomando té y charlando sobra unas cosas que pasaron hace mucho, mucho tiempo, y yo te dijera: “El día que conocí a fulano de tal... fue el mejor día de mi vida y también el peor”.

Arthur Golden

El castillo de cristal


Estaba sentada en un taxi, preguntándome si no me habría emperifollado en exceso para la velada, cuando miré por la ventanilla y vi a mamá hurgando en un contenedor de basura.

Jeannette Walls

Las cenizas de Ángela


Mi padre y mi madre debieron haberse quedado en Nueva York, donde se conocieron, donde se casaron y donde nací yo.

Frank McCourt

Harry Potter y la piedra filosofal


El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente.

J. K. Rowling