Ana la de Avonlea


Una alta y delicada muchacha, de poco más de dieciséis años, con ojos grises y un cabello que sus amigos llamaban "castaño claro", se había sentado una hermosa tarde de agosto sobre la ancha escalera de caliza roja de una granja de la isla del Príncipe Eduardo, firmemente decidida a traducir unos versos de Virgilio.

Lucy Maud Montgomery